Las ventanas, las de la corrala

Ayer estuve escuchando un podcast. Fue una de esas entrevistas, que según pasan los minutos, te entran ganas de levantarte y querer cambiar el mundo. Cosa que, dadas las circunstancias que estamos viviendo, no está de más.

La persona entrevistada hablaba de su propia marca de ropa y de cómo el respeto y cuidado a la naturaleza era un elemento central en todo su proceso productivo utilizando telas excedentes, materiales reciclados, trabajando bajo demanda y en lugares de proximidad. Además, se preocupan porque todas las personas implicadas en el diseño, confección y creación de las prendas reciban un trato ético y justo. Para esta empresa sostenibilidad y ética van de la mano.

¿Que cómo encajan todo esto con el objetivo de este blog? Prestadme unas cuantas líneas y minutos más.

Mientras escuchaba el episodio, las palabras se me hacían muy sinceras. Sentía cómo realmente se traducen en una verdadera intención de “hacer bien las cosas”. Sin embargo, oí algo que me empujó de ese sentimiento de esperanza, de querer abrir la ventana y gritarle al mundo que podemos hacerlo mejor y me paró en seco, me entristeció: usan Instagram como canal comunicativo para ver sus prendas, hacer pedidos y estar al día de las novedades.

En un punto de la conversación, aún con esa sensación agridulce, una de las frases me hizo tener que pausar el audio y escucharlo de nuevo. Sé que hablaban de cómo las empresas crean tendencias de una forma copiosa empujando a cambiar drástica y constantemente de armario, pero en mi cabeza resonó al modelo de negocio de lo que llamamos redes sociales. La frase en cuestión era:

“La persona que está por arriba ejerce una presión sobre la que está por abajo y eso no deja de ser explotación.”

Existen principalmente tres empresas que tienen los datos de todo el mundo. Esto les permite acaparar un gran poder y una gran fortuna que, como no podía ser de otra forma, lo convierten en más poder y en más dinero expandiendo su negocio a nuevas formas de mercantilizar los datos. Estas compañías no solo tienen datos, también el conocimiento y capacidad computacional de sacarles provecho así que, para el resto de empresas son como un helado en un día caluroso de agosto. Sin embargo, nada de esto sería posible si las personas no generásemos esos dorados y brillantes datos por los que, merece la pena mencionar, no recibimos ni poder, ni dinero, ni libertad. ¿Acaso no es eso una forma de explotación?

Usar redes sociales no nos convierte en peores personas. Las redes sociales nos ofrecen un lugar de expresión, de conexión, de diversión y, para personas como las del podcast, un lugar dónde hacer crecer tu negocio. ¡Qué bueno es tener todo esto!, pero, ¿a qué precio? La necesidad creada, la desinformación intencionada y las conductas sibilinas nos empujan a hacer uso de estas plataformas. Como dice la increíble Shoshana Zuboff, este oligopolio nos obliga a elegir entre asumir sus políticas poco éticas o convertirte en una persona analógica, lo cual es algo muy complicado e injusto porque cuando el poder no se reparte la justicia no tiene cabida.

Entonces, ¿qué hacemos? Vivo todos los días con la firme convicción de que cuando las personas se juntan, lo posible se multiplica. Creo que estaría bien que lo hiciéramos y nos diéramos cuenta de que los datos no son de quienes los almacenan, sino de quienes los generan. ¿Os imagináis que pasaría si por un día en toda España nadie usara el móvil? Dejaríamos de generar unos 7 trillones de Megabytes, que para hacernos una idea, son como unos 7 millones de DVDs. Solo de pensarlo me desborda la emoción.

Si queréis escuchar el podcast que ha hecho posible esta entrada, lo podéis hacer aquí.

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